EL CHIVO PEPE DEPARTIENDO EN PARRANDA DE BORRACHITOS
CIUDAD DE PONCE ANNO DOMINI “1940”
A principio de la década de los años 40 en la señorial ciudad de Ponce nace con el más emperifollado pedigrí de los ovinos, el Chivo Pepe. Traídos sus antepasados en la Nao María Galante, del almirante de la mar océana. Su cuna un lecho de pajas y periódicos en el humilde Barrio San Antón. No es la cuna la que da el linaje si no la hidalguía que se gana por merito propio o la que se hereda de los antepasados. Este la tenía ambas. Sus antecesoras eran aquellas prodigas cabras que con sus abundantes leches alimentaron los primeros pobladores de España en Borinquén. Sus blanquecinos néctares, materia prima de los más sabrosos quesos que el hombre haya conocido. Aquellos jóvenes enfermos de malaria, cólera y disentería, pánfilos Guardia Civiles que en estas cálidas latitudes dejaban el alma en los montes, sus esplendidas leches los rescataba de las mismísimas puertas de la sepultura. Pepe fue digno embajador en vida de todos tus antepasados, chivos marineros y conquistadores. Sus cuernos no eran los de un macho burlado, eran la corona de un exitoso vacante. Fue un semental romántico, no hubo ovina que lo embrujara con sus perfumes que él rechazara. Detrás de él deambulaba toda una caravana de cabras procurando sus favores. Desde chico fue orgulloso, valiente y Don Juan, exhibías como prenda de catedral un campanario en su cuello. Su pelambre blanco como la nieve salpicado de negros matices como el mapamundi del mismo Américo Vespucio. Era su berrear un alegre canto a la vida.
Era bohemio por naturaleza, en sus rutinarias andanzas por las calles no podía llegar a tiempo a su errante destino, pues todos los parroquianos desde los tugurios le llamaban para obsequiarlo con botellas de ron pitorro (clandestino), las cuales levantando el cuello y diestramente empinando su contenido las en guía como si fuera agua de un grifo. Siempre eran obligadas sus paradas de ventorrillo, pues los buenos modales se lo imponían. Entre las melodías de velloneras con Daniel Santo y Carlos Gardel transcurrían sus visitas. Era un fumador empedernido, los mismos borrachitos de lagrima de mangle, tras dejar a Pepe tambaleando, un cigarro le prendían, dos chorros de humo diestramente exhalaba de sus fosas nasales. Para las fiestas de carnaval se le veía desfilar entre reinas y reyes momo, con un sombrero tirolés de larga pluma y unas gafas turísticas de sol. Sus carnestolendas como chivo sin ley duraban hasta el mismo entierro de la sardina.
Fue lazarillo de “Uvita” el borracho atómico, fiel retrato de Hugo del Carril. El ambulante borracho del bigote acicalado, que dirigía las pompas fúnebres en el más elegante estilo de un lord británico con sombrero de bombo y pito de policía.
Era figura familiar por las noches ponceñas de los años 40’, los fiesteros de a pie regresando de madrugada por las solitarias calles encontraban junto al coro de ladridos de perros callejeros un chivo borracho y trasnochado. Su inconfundible paso doble no dejaba dudas, la jornada de bebentina había sido dura. El día de mañana seria otro para parrandas y rendir atenciones varoniles a alguna que otra cabra loca, entre bocanada y bocanada de un fino cigarro obsequio de un pueblo también fiestero y bebedor.
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