jueves, 4 de octubre de 2012

LOS MALES DE LA DEMOCRACIA II
Por Benjamín Andino
La elección de un presidente se ha vuelto un círculo vicioso. Todo aquel que aspira a este cargo sabe que la única forma que tiene de conseguirlo es a través de una pródiga campaña política donde pueda exponer con la mayor “efectividad” posible su programa de trabajo a la mayor cantidad de electores; solo que esa efectividad no tiene tanto que ver con el programa en sí, sino con la forma en que este es expuesto. Eso significa que deberá prometer muchas cosas que, lamentablemente no están bajo su control el poderlas cumplir pues se trata solo de deseos, bienintencionados en la mayoría de los casos, pero las condiciones posteriores a la elección no siempre serán las idóneas para hacer realidad esas promesas.
Entonces, ¿cómo convencer al electorado? Para esto están los medios y los especialistas en mercadeo político que serán los encargados de garantizar la credibilidad del discurso del futuro presidente. Lo cierto es que, al no poder cumplir con todas las promesas, lo más probable es que, con el tiempo, esto cause un gran disgusto a sus electores, que saldrán desilusionados. Esto se traducirá en un voto-castigo para las siguientes elecciones, o sea, que al fin de cuentas, el verdadero poder de elección del pueblo no está en elegir al mejor, sino en no votar por el peor a modo de ajuste de cuentas. Eso lo saben bien los aspirantes a presidente, por eso una de las estrategias más utilizadas en estas campañas por los nuevos candidatos es la de descalificar la gestión del oponente o a su partido o alianza política que quiere la reelección, desviando la atención sobre sí. Se pierden así un tiempo y unos recursos preciosos e irrecuperables, pues, de haber elegido al mejor en la campaña anterior, en vez de castigar al peor, se hubieran evitado muchos errores causados por el presidente electo; más hubiera valido hacerle caso al viejo aforismo popular, a veces cierto en estas justas: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. 
Pero, entonces, ¿cómo elegir a un presidente sin tener que perder tan valioso tiempo probándolo como presidente? Dice Jesús de Nazaret: “Por sus frutos los conoceréis”, y también: “El que es fiel en lo poco, en lo mucho será fiel”. Esto no es solo una sentencia religiosa, es un consejo inteligente y práctico para aquellos que pretenden seleccionar de entre varios candidatos al más apto para desempeñar una función que repercutirá en la vida de un colectivo. Lo mismo debería aplicarse a nuestros presidentes. O sea, que se puede afirmar que el mejor presidente será aquel que haya demostrado ser buen gobernador y el mejor gobernador, aquel que haya sido buen alcalde.
Sin embargo, lo que vemos es que, en vez de escalar a través de las diferentes instancias de gobierno, muchos aspirantes a presidentes lo hacen a través de sus propios partidos exhibiendo solamente su capacidad para el proselitismo ideológico y a veces demagógico. Como son sus partidos los que los apoyan en estas derrochadoras campañas políticas (¡y vaya usted a averiguar de dónde salen las magnas sumas de dinero que se gastan en estas empresas!), al candidato no le queda más remedio que mantener la fidelidad a su partido y a sus patrocinadores, así que el que debiera ser el verdadero depositante de su lealtad, o sea, el pueblo que lo eligió, pasa a segundo plano. Otra vez la partidocracia le gana la competencia a la democracia. ¿Vale la pena