domingo, 26 de agosto de 2012

PUERTO RICO ISLA AL REVES
En la inmensidad del Océano Atlántico se encuentra una isla, Puerto Rico, sin rumbo, sola por los mares de la historia, alegre con su desdichado destino. Lo triste lo desesperante es que gran parte de sus habitantes desconocen su propia alma colectiva. Aquellos que la vida le ha dado la oportunidad, de tomar decisiones por ella (P.R.) la han traicionado.  Qué fácil es seguir el movimiento que te dan las olas del mar, dejarte llevar por el caudal del río, que difícil mantener posiciones donde todo está en tu contra. En ocasiones la frustración es el seguro camino a la claudicación. La isla de Puerto Rico no ha tenido un líder providencial que la agite, que la despierte del marasmo del borracho, del anestesiado, del dormido. Cuando ese líder quiere aflorar, el Pueblo ha preferido mayoritariamente darle la espalda y seguir en su profundo letargo. Con nuestra complicidad el resto del trabajo lo han completado otros (norteamericanos) dándole a estos  cárceles, hospitalizaciones macabras, cerrándole todos los medio de expresión, llevándolos a desistir si no  por agotamiento, por frustración. El anti-héroe en Puerto Rico es el bueno, el iluminado, el conductor de masas, el amigo de lo fácil, siempre dispuesto a ofrecer una solución agradable sin mucho o ningún esfuerzo. El otro, el abnegado, el patriota, siempre  en el mejor de los casos, un iluso, un soñador idealista, catalogado como un loco, un  predicador en  los desiertos. El relegar el mensaje de la responsabilidad de hacer Patria ha sido la norma, la inercia, el camino ancho del conformismo siempre ha sido nuestra norma. El camino estrecho, el de atreverse a descubrir nuevas alternativas es muy inseguro, siempre creemos que nos conduce al más profundo de los abismo. Necesitamos no una mano que nos ayude si tropezamos en el camino, sino una que nos remolque. Somos el que nunca quiere asumir responsabilidades, el conformista que se regocija con los azares que nos ha deparado  la historia. No sentimos incapaces, de enfrentar los avatares del destino. Es tan fácil aprovechar las circunstancias actuales, sacarle el mejor provecho. El inmediatismo nos anquilosa. Sacudirnos, mirar al frente es una tarea heroica, ser heroico es un pecado mortal en Puerto Rico y ser heroico siempre tiene su precio. Que pesado es  abrir trocha, que duro hacer nuestro propio camino. Que fácil pensar que tenemos en otras playas la mina más grande siempre presta a resolver todos nuestros problemas. Los que pueden sentar opinión en las masas están callados como una tapia, pues ponen en riesgo sus encumbradas posiciones privadas, los profesionales, el tiempo en esta isla esta medido, no lo hay para la Patria, para el colectivo, las obligaciones del diario vivir los saca del proselitismo, se auto anulan, que fácil es eludir responsabilidades, cuantas buenas escusas nos regala la vida en Puerto Rico. La auto-mordaza parece ser la actitud más práctica. Nadie quiere dar el primer paso, muchas veces tener posiciones verticales es un esnobismo que no pasa  de restaurantes, de charlas entre amigos degustando un buen vino. El día que se presenta la oportunidad de  hacer algo por el colectivo, por la Patria se rehúye, pues son poses, en el fondo no existe el arrojo de sacudirse, probablemente en lo profundo del alma los terrores de los que predican la hecatombe también ha logrado en  ellos su cometido.
Todos los medios de información masiva, los que crean opinión, en manos extranjeras, los que están en las nuestras igualmente fomentando el terror, nuestras insuficiencias las 24 horas, los 365 días del año. Es la historia del sujeto sujetado. A lo que oye a lo que ve y a lo que lee. La libertad de prensa se ha convertido en la libertad de los empresarios que manejan los que lees, lo que oyes y lo que ves por televisión. Cuantos argumentos, ya se les  agotó la cantera de presagios agoreros, la hambruna, la miseria, la tiranía, tal vez aparezca un curioso que descubra otras funestas predicciones. Cada época en la historia ha tenido su monstruo predilecto, la pequeñez del territorio, el huracán que nos lleva, la holgazanería de su gente, antes era Fidel, ahora es Chávez, mañana tal vez Trucu-tru.   El desastre es siempre nuestro fiel compañero. El que nos maneja, el que decide por nosotros es un amuleto que nos protege (EEUU.)  de todas las conjuras que el destino nos ha puesto en el camino. El rosario de calamidades que hemos creado se retro alimenta con amenazas y predicciones catastróficas importadas (EEUU.). El terror nos petrifica.  Somos la anti-Patria, la anti-Nación, la anti-ser nosotros mismos. Cuantos complejos tenemos en lo colectivo. Hemos sido condicionados a tenernos pavor a nosotros mismos. ¿Qué malos, que incompetentes somos? Parecería que es una lepra que nos deforma, algo genético, que nos persigue que nos condena  a no ser cabeza de león y siempre rabo de ratón.   El espíritu indómito en otras tierras es admirado es venerado por todos, aquí por el contrario es el conformismo, el suplicante, el que consigue lo gratuito.
Todo en la vida tiene un precio, hasta el inmovilismo, la ayuda, nada viene de gratis. Ningún Pueblo del mundo ha vivido o vive del sudor de otro. Todo esto es una falsa ilusión. ¿A caso somos el primer país de la historia donde el conquistador termina siendo explotado por los colonizados? Que virtuosos son ellos, o  ¿qué extraordinaria suerte nos ha investido la Providencia? En esta tierra todo parece y es  una contradicción. Somos la única Nación que no tiene voz ni voto en su destino y todo el mundo tranquilo, que aquí no ha pasado nada. Nuestro futuro está en manos de un Congreso extraño  que como es lógico antepone sus muy particulares intereses a los nuestros.
 La democracia en un país intervenido es imposible, el destino y el poder de Puerto Rico radica  en el artículo IV, sección 3era, clausula 2nda de la Constitución de los Estados Unidos nunca en manos puertorriqueñas.  Si,  tenemos una Partidocracia, limitada hoy día a dos partidos, el Partido Nuevo Progresista y el Partido Popular Democrático, estos partidos se reparten el poder de la corporación gubernamental norteamericana que es Puerto Rico. Siempre que no esté en contra de las leyes estadounidense que son las que tienen la supremacía en nuestra Patria. Tenemos dos hechos que nos distinguen, somos la colonia más vieja del mundo y la única isla al revés.

sábado, 18 de agosto de 2012


LOS MALES DE LA DEMOCRACIA
por Benjamín Andino
Las ideologías, como las religiones, dividen a los hombres en dos bandos, el de los ortodoxos y el de los herejes. La pertenencia o no a un determinado partido político, como sucede con las religiones, hace que las personas sean juzgadas erróneamente por los demás siendo clasificadas muy generalizadamente a partir de su identificación política, algo que no se corresponde con la verdad ya que en un mismo partido que profesa supuestamente una ideología definida, pueden existir una enorme variedad de criterios, tantos como personas dicen seguirlo. Y más allá de esa generalización, está la verdadera actitud de sus líderes, que, una vez llegados al poder, comienzan a apartarse de su ideología y de las promesas hechas durante la campaña electoral. Después de todo esto, al ciudadano de a pie le queda la sensación de estar viviendo una gran farsa, por demás irremediable, ya que “así funciona el sistema y no hay otro mejor”.
Está claro que algo anda mal con la democracia moderna, y que sí debe de haber otro sistema mejor y, por tanto, todo esto deberíamos superarlo en algún momento. Hay que crear nuevas formas de participación democrática que se basen en el objetivo primordial de un estado que es encontrar soluciones inmediatas y a largo plazo a los problemas de sus ciudadanos. Y, si el problema de insatisfacción general en la población emana del pobre papel que hoy día ejercen los partidos políticos en sus funciones ejecutivas, entonces, el papel de estos en el Poder Ejecutivo de una nación democrática ya no tiene validez.
El modelo presidencialista latinoamericano, por ejemplo, es copiado de la Norteamérica calvinista, un sistema religioso cuya eclesiología, basada en el consenso de los presbíteros, difiere bastante de la nuestra, católica, donde predomina el concepto de autoridad infalible del Papa como cabeza de la Jerarquía Episcopal. El presidencialismo norteamericano se basa en el reconocimiento implícito de que ningún partido político es dueño de la verdad absoluta, que los líderes son electos no tanto por su ideología partidista sino por su programa administrativo para la nación en las circunstancias presentes en el momento de la elección. La existencia de partidos que compiten (no que combaten) por el poder, es solo un esquema necesario para canalizar las ideas y mantener bajo control las fuerzas sociales que de otra forma podrían desatarse y conducir al país a la anarquía; el partidismo no es la esencia de la democracia. Es por eso que ocurre la alternancia política, debido a que las circunstancias socioeconómicas pueden cambiar de un período electoral a otro, y no porque la mayoría electoral haya preferido cambiar de ideología —hoy son de derechas y mañana prefieren ser de izquierdas—. A la gente no le interesan las ideologías, sino la buena administración que vele por sus intereses. O sea, que tan efectiva puede ser una administración conservadora como una liberal, siempre y cuando el pueblo se sienta satisfecho del servicio que presta. De aquí se deriva que en última instancia los partidos políticos deberían solamente desempeñar su función orientadora en el poder legislativo, donde sí son importantes las discusiones ideológicas, pero el poder ejecutivo debería ser asumido por personas motivadas por su profesión y vocación de servicio, no por su ideología: la llamada "meritocracia". ¿No es así como funciona el llamado Poder Judicial? ¿Es que todos tenemos derechos a ser jueces y fiscales de la nación, o son solo aquellos que se han preparado para esta función?
Aunque parezca democrático, no todos deberíamos tener el derecho a ser presidentes. ¿Por qué un militar, que solo se ha preparado para la defensa y la guerra, y cuyo método de mando es jerárquico debería tener derecho a ser electo presidente de un país? ¿Y, por qué debería tener ese derecho un sindicalista, especializado en la defensa de los intereses de los trabajadores, y por tanto inclinado a no tomar en cuenta los intereses de los empresarios, que aunque son minoría, económicamente representan un estamento fundamental de cualquier nación? ¿Cómo podrían estos gobernar si no estudiaron diplomacia, economía y administración? En la mayoría de los casos sus voluntades son impulsadas por motivos ideológicos personales, que a veces incluyen odio y rencor, sean estos justificados o no. Tienen una utopía que pretenden hacer realidad y se aprovechan de todo el poder que el sistema presidencialista les da para defender sus intereses y el de sus correligionarios y no el de su pueblo, que es, por ley, el verdadero soberano de la nación.
Pero un presidente lo es de todo el pueblo y no solamente de sus partidarios. En nuestros países, en cambio, predomina el clientelismo y, si no eres partidario del gobierno, o amigo de algún “gobiernista” no puedes obtener ningún beneficio de las gobernaciones regionales ni municipales. Cada líder regional tiene su "grupito". La política sigue siendo "politiquería" —hoy puedes estar arriba, así que aprovecha y benefíciate lo más que puedas porque mañana estarás abajo—. Con estas divisiones artificiales, lamentablemente, un país no puede progresar. Por eso creo que en el futuro, la función de los partidos políticos debería limitarse solamente a compartir ideas en el parlamento, donde todas las fuerzas ideológicas, sean partidos, instituciones religiosas, gremiales o culturales, ONGs, etc., encuentren a través del diálogo, el “qué” hemos de hacer con el país, pero que dejen el “como” a la gente que en verdad se ha preparado para ello. Los que aman la política como una profesión, no tienen nada que temer, al contrario, la clase política nunca desaparecerá porque siempre habrá estados que administrar. Lo que deberá desaparecer es esa atadura ideológica, para que los políticos del futuro puedan dar más a la nación que si se mantienen sometidos a conceptos decimonónicos que poco empatizan con el pensamiento social del siglo XXI. Mientras esto no se cumpla, seguiremos viendo a los políticos manipulando con promesas al pueblo en campañas espectaculares, mientras se preparan para tomar el poder y hacer en realidad mucho menos de lo que prometieron, limitados como están por sus fidelidades partidistas. Solo cuando comprendamos que dirigir una país no tiene que ver con ideologías dogmáticas sino con métodos pragmáticos, y así liberar a los partidos políticos de esa función, lograremos evitar que nuestras sociedades sigan dividiéndose entre ortodoxos y herejes irreconciliables.

miércoles, 15 de agosto de 2012

LA INVALIDEZ DEL TRATADO DE PARIS DEL 1898
A RAIZ DE LA GUERRA HISPANO ESTADOUNIDENSE 


El Tratado de París, suscrito el 10 de diciembre del 1898 en la ciudad capital de Francia, culmina el proceso bélico que había comenzado el 22 de abril del 1898 con el inicio de hostilidades de los Estados Unidos para con España. Tras la explosión del acorazado Maine el 15 de febrero del 1898 en la bahía de La Habana y una infructuosa investigación, los norteamericanos acusan a España de ser responsable de la misma lanzando un ultimátum a las autoridades donde les exigían la inmediata retirada de Cuba siendo este respondido con la declaración de guerra a los EE.UU. en abril del 1898. Las Islas Filipinas se convierten en  el primer teatro de dicha contienda cuando los buques norteamericanos, bajo las órdenes del comodoro Dewey, surtos en la bahía de Hong Kong, son trasladados a dicho destino del Océano Pacifico. En fecha 10 de mayo del 1898 se hace el primer disparo en Puerto Rico. El 14 de agosto del mismo año cesan las hostilidades con la rendición incondicional de España en una guerra que no había durado ni si quiera cuatro meses.
Durante el convenio, los comisionados que presidieron ambas delegaciones fueron: por Estados Unidos, William R. Day, y por la parte española, Eugenio Montero Ríos, siendo además integradas por otros tres funcionarios de cada parte. En ese momento España estaba gobernada por la Reina Regente Doña María Cristina de Habsburgo-Lorena, siendo Primer Ministro del Reino, Don Práxedes Mateo Sagasta. Eran los años de infancia de Alfonso XIII, quien contaba con apenas doce años de edad. Les toca a ellos firmar la rendición incondicional ante las fuerzas superiores del ejército norteamericano, siendo en aquel momento presidente de los Estados Unidos, William McKingley.
Tres meses antes del comienzo del conflicto, ya los Estados Unidos habían decretado el bloqueo naval a la isla de Cuba sin que mediara declaración alguna. Cuando finalmente se declara la guerra, los norteamericanos lo hacen con efecto retroactivo al comienzo del bloqueo marítimo a la isla antillana. Fruto de estos acontecimientos tan nefastos fue la pérdida de las últimas piezas de la grandiosidad territorial española, acontecimiento que se conocerá en la historia española como el “Desastre del 98”. Como consecuencia, España renunciaba a la soberanía de Cuba, causa y pretexto del conflicto, y cedía como indemnización de guerra, Puerto Rico, Guam y el Archipiélago de las Filipinas. Con posterioridad se pagara quince millones de dólares por las Filipinas.
La funesta fecha creará heridas tan profundas tanto en España como en los archipiélagos antillanos y filipinos, que ni siquiera hoy, tras 114 años, se han podido del todo cerrar.
El Tratado ha sido múltiples veces impugnado desde el punto de vista jurídico como “nulo de toda nulidad” por grandes tratadistas del derecho internacional, tanto españoles como demás europeos, e igualmente por norteamericanos, sin dejar fuera a algunos de los grandes patriotas puertorriqueños de renombre internacional, entre ellos, Don Eugenio María de Hostos, Don José de Diegos y Don Pedro Albizu Campos.  Le toca a Don Pedro proclamar ante los catedráticos del derecho de la famosa Universidad de Harvard la invalidez del Tratado y, con su famosa tesis, llegar a la conclusión de que “El Tratado de París, impuesto por la fuerza a España el 10 de diciembre del 1898, es nulo y sin valor […] es sencillamente uno de los actos más brutales y abusivos que se haya perpetrado en la historia contemporánea”.  Para sustentar esta tesis, Don Pedro Albizu Campos, al igual que  casi todos los estudiosos y tratadistas del derecho internacional moderno se amparan en los siguientes hechos:

 PRIMER HECHO, Todo tratado, que no es otra cosa que un contrato entre Naciones, tiene que sustentarse primordialmente en el “derecho de gentes” o el “derecho natural” de los Pueblos. El derecho de la voluntad de civiles ajenos a la contienda no puede ser atropellado por la mano militar. Ya los pueblos de Cuba y Puerto Rico habían tomado su elección, democrática y soberanamente; la autonomía era la formula triunfante. Los pueblos habían hablado a su debido tiempo y España les había oído y les había correspondido.
SEGUNDO HECHO, En el tratado suscrito a raíz de la Guerra Hispano-americana no se consultó a los actores principales, los habitantes de los territorios ocupados. Al ser las provincias autónomas entes jurídicos con personalidad y soberanía propia, tenían que haber sido parte de las deliberaciones. Tanto el conjunto nacional cubano, como puertorriqueño y filipino, nunca tomaron parte en las conversaciones o negociaciones que dieron como fruto dicho contrato o tratado entre Naciones. Los pueblos de los territorios usurpados fueron espectadores silentes de decisiones que afectarían irremediablemente sus destinos. Las partes más indispensables del contrato fueron excluidas, convirtiendo dicho tratado en uno nulo ab initio. El famoso “Rule of Law” y el debido proceso de ley, tan preconizado por la nueva potencia triunfadora, la convertiría en la primera violadora de los más elementales principios legales y “derechos de gente” de la época. Los pueblos ocupados inconsultamente fueron tratados como simples rebaños desperdigados sobre la faz de la tierra.
TERCER HECHO, los naturales de las provincias autónomas de ultramar de Cuba y Puerto Rico fueron desnacionalizados por los norteamericanos de su ciudadanía española sin estos haber adquirido “naturaleza en país extranjero” como causa para perderla, según establecía la Constitución Española del 1876.
CUARTO HECHO, y esencialísimo para convertir dicho tratado en uno de los más espurios que ha conocido la humanidad moderna, podemos agregar que desnacionalizó, por imposición de los negociadores del equipo norteamericano y sin seguir los rigores de ley, a todos los ciudadanos de Puerto Rico, que en ese momento eran todos ciudadanos españoles. La ley habilitante del 6 de septiembre del 1898, Gaceta de Madrid de 16 de septiembre de 1898, concedida por las Cortes a Don Alfonso XIII, y en su nombre durante su minoría de edad a María Cristina de Austria, Regente de España, como representante del gobierno, solo la facultaba a renunciar a los derechos de soberanía y a ceder territorios en las provincias y posesiones de ultramar, conforme a lo estipulado en los preliminares de paz convenidos con el gobierno de los Estados Unidos de Norte América. Las Corte españolas, constituidas en su gran mayoría por letrados conocedores de los más altos principios jurídicos del “derecho internacional” y los “derechos de gentes” no mancillaron el nombre de la Patria atropellada rubricando tan desgraciada extralimitación de los poderes otorgados al gobierno en el Acta Habilitante. La reina regente Doña María Cristina en el Acto Habilitante no estaba autorizada a ceder ciudadanos españoles, pues ese poder constitucionalmente le correspondía exclusivamente a los Tribunales del Reino de acuerdo a lo establecido en el Código Civil del 1889. El mismo presidente de los Estados Unidos William McKingley siempre tuvo dudas acerca de la validez del mismo, por el hecho de no contar con la anuencia de los pueblos adquiridos. Muere siendo presidente a manos del anarquista León Czolgosz en el Templo de la Música de la Exposición Panamericana del 1901, en la Ciudad de Buffalo,  Estado de Nueva York.
QUINTO HECHO, España se ve compelida a firmar el Tratado de París de 1898 bajo coacción, pues los negociadores norteamericanos amenazaban con ocupar militarmente las Islas Canarias y, en represalia, atacar todos los objetivos que estimasen de lugar, incluyendo los puertos peninsulares y las posesiones españolas en África. El solo hecho de que la voluntad de uno de los signatarios del Tratado fue obtenida mediante amenaza de violencia, lo hace Nulo de toda Nulidad. Siendo este un principio general del derecho Internacional Público, ampliamente reconocido por todas las naciones civilizadas del mundo. 
   La Madre Patria España, la hidalga fundadora de la civilización cristiana moderna reconoció el principio fundamental de sus Pueblos, como lo expusieron en el 1868  “La Revolución Gloriosa” o “La Septembrina” concediéndonos posteriormente la Carta Magna Autonómica, en virtud de la cual, las relaciones entre España y nuestras dos islas naciones, con características y derechos inalienablemente propios, habrían de ser reguladas. Este reconocimiento de nuestro lugar como Autonomías libres y soberanas y la unión con la Madre Patria  por los indisolubles y sagrados vínculos de lengua, cultura y sangre, se regirían por los más altos principios de respeto y civilización. Así lo habían decidido, con anterioridad a la guerra, soberana y democráticamente mediante elecciones, los pueblos de Cuba y Puerto Rico, escogiendo libremente el camino de la autonomía, por mayorías aplastantes y España lo había refrendado mediante “Reales Decretos” emanados de los organismos competentes del Estado. El grado de satisfacción por el nuevo orden, en las dos Antillas era general, los desafectos siempre los menos. Jamás en la historia de la humanidad se había conocido tanta probidad. España volvía a redimir una vez más el sitial de campeona de los más nobles y civilizadores designios del género humano. Relanzándose y transformándose  con el nuevo siglo, que tocaba a las puertas, como una Nación de Naciones. La nueva potencia de América del Norte no les daría tiempo ni oportunidad, no le convenía a sus designios expansionistas, que se desarrollaran las nuevas autonomías provinciales, en el Mar de las Antillas. El Caribe y sus islas eran considerados su traspatio.
Estados Unidos se estrenaba casi simultáneamente con la anexión de más de dos millones cien mil kilómetros cuadrados arrebatados fácilmente de territorio mejicano y la adquisición de las últimas provincias españolas en América y las Filipinas, convirtiéndose así el Coloso del Norte, en otra más de las potencias imperiales del mundo.